En cierta ocasión me topé con granuja, que le ocurría algo extraño; decía que siempre que se encontraba con otra persona, le abandonaba su leib, es decir lo que los alemanes llaman o llamaban cuerpo interno-interno, la corporeidad de cuerpo viviente, que tiene más que ver con el abdomen o las entrañas mismas que con el físico externo o la conciencia; resulta que esa corporeidad es algo que desde Platón se viene presuponiendo cuando por ejemplo hacemos o nos hacen la atracción amorosa a algo, cuando el poeta crea una obra, porque se identifica con las musas al hacerlo, se apodera de éstas para crear, no de forma supersticiosa, sino que él mismo se apodera de su corporeidad propia con la excusa de que son las musas (ver el Ión); o cuando verdaderamente nos ponemos en lugar de alguna persona, nos identificamos con ella; es decir que al hacer eso nos ponemos objetivamente fuera, ponemos nuestra leib interno como una vasija en la que cae el entorno del que nos vamos a apoderar, a alimentar; ese entorno no lo vamos a recuperar hasta que no seamos capaces de llevarlo a nuestra corporeidad de cuerpo viviente, dividida entre un interno, el que procesa y tritura, y otro externo, el que objetiva la acción, el que reexpone el entorno. Hay un alter ego en las cosas que está ahí para que el espectador lo acoja en su yo-cuerpo-interno y lo rememore para autovalidarse. Bien, esta operación que parece tan complicada es lo que hacemos todos cuando afrontamos lo viviente externo en la imaginación interna de nuestras quinestesias correlativas. Lo hace nuestro instinto porque si la conciencia se lo cuestionara, la esquizofrenia sería la crátera donde se mezclaría la realidad antes de servirla.
A este supuesto granuja no le fusionaba la realidad con la corporeidad de cuerpo interno, el discurso de la realidad cotidiana no se le encarnaba; había dejado de ser un egoísta sublime que había dejado de escapar de la actividad de la conciencia, y la actividad originaria del instinto se había esfumado. Después de muchos sufrimientos, sinsabores y efectos para la vida diaria, llegó a la conclusión extraña de que le estaban robando su leib; bastaba con que alguien sonara a su alrededor para que su leib huyera de sí-mismo, para transponerse en el otro. Yo le dije que eso no podía ser, que era superstición vacía y elegible claro está, pero no algo material; entonces fui testigo de la transyección que su leib llevaba a cabo cuado pudimos encontrarnos con un Prometeo encadenado dispuesto a robarle su mismidad; y efectivamente como una estela crepuscular vi cómo mi prójimo se desvanecía, lo podía el cansancio, el malestar y finalmente la disolución permanente; entonces, según la lógica de la corporeidad de cuerpo viviente, yo mismo dudé si también estaba siendo robado; la “apariencia” que contemplé tiene su escena propia. Después de mucho discurrir a solas con la actividad de la conciencia (actividad esta que sólo puede llevarse a cabo en soledad) descubrí que lo que ahora estoy escribiendo ya estaba decidido; entonces fue cuando caí en la cuenta de que en esa ocasión esa persona se me estaba adelantando; a base de observarlo, olerlo, diagnosticarlo, pude descubrir su perfil; tenía instalado en su leib, una serie de secuencias grabadas en diferentes escenas cotidianas imprimidas según las diferentes identificaciones analogizantes a las que correspondían los diversos encuentros sociales; cada secuencia tenía su catalizador para la reactivación correspondiente que facilitaba el robo. Esto se había hecho de forma intencional por los seguidores del Ego trascendental; dispositivo que duplicaba cada núcleo de generación de ideas novedoso, y que era aprovechado para ser visto y robado. Como el mecanismo de innovación de ideas procede del leib, ese se realimenta interactuando con otros, de ahí el robo. Granuja no era la única víctima. Tal mecanismo no se hace presente más que en un futuro objetivado parcialmente de la voluntad de los egos particulares en un presente aún no presentificado para nuestro amigo; cuando ese presente llegue a nuestro amigo, éste cree haberlo vivido ya. El Ego trascendental jugaba entonces con ventaja porque él vivía y actuaba con su leib externo, su “interno externo”, y sólo el "interno-interno" a base de esperar, contradecirse, o imitando a otros podría hacer de cárcava y contener el robo que se estaba produciendo en la sedimentación del Ego trascendental. Su órgano fenomenológico de la sensación debía de corregirse en el encuentro de la contingencia. Porque la ipseidad de la vida, no pertenece a nadie.-
A este supuesto granuja no le fusionaba la realidad con la corporeidad de cuerpo interno, el discurso de la realidad cotidiana no se le encarnaba; había dejado de ser un egoísta sublime que había dejado de escapar de la actividad de la conciencia, y la actividad originaria del instinto se había esfumado. Después de muchos sufrimientos, sinsabores y efectos para la vida diaria, llegó a la conclusión extraña de que le estaban robando su leib; bastaba con que alguien sonara a su alrededor para que su leib huyera de sí-mismo, para transponerse en el otro. Yo le dije que eso no podía ser, que era superstición vacía y elegible claro está, pero no algo material; entonces fui testigo de la transyección que su leib llevaba a cabo cuado pudimos encontrarnos con un Prometeo encadenado dispuesto a robarle su mismidad; y efectivamente como una estela crepuscular vi cómo mi prójimo se desvanecía, lo podía el cansancio, el malestar y finalmente la disolución permanente; entonces, según la lógica de la corporeidad de cuerpo viviente, yo mismo dudé si también estaba siendo robado; la “apariencia” que contemplé tiene su escena propia. Después de mucho discurrir a solas con la actividad de la conciencia (actividad esta que sólo puede llevarse a cabo en soledad) descubrí que lo que ahora estoy escribiendo ya estaba decidido; entonces fue cuando caí en la cuenta de que en esa ocasión esa persona se me estaba adelantando; a base de observarlo, olerlo, diagnosticarlo, pude descubrir su perfil; tenía instalado en su leib, una serie de secuencias grabadas en diferentes escenas cotidianas imprimidas según las diferentes identificaciones analogizantes a las que correspondían los diversos encuentros sociales; cada secuencia tenía su catalizador para la reactivación correspondiente que facilitaba el robo. Esto se había hecho de forma intencional por los seguidores del Ego trascendental; dispositivo que duplicaba cada núcleo de generación de ideas novedoso, y que era aprovechado para ser visto y robado. Como el mecanismo de innovación de ideas procede del leib, ese se realimenta interactuando con otros, de ahí el robo. Granuja no era la única víctima. Tal mecanismo no se hace presente más que en un futuro objetivado parcialmente de la voluntad de los egos particulares en un presente aún no presentificado para nuestro amigo; cuando ese presente llegue a nuestro amigo, éste cree haberlo vivido ya. El Ego trascendental jugaba entonces con ventaja porque él vivía y actuaba con su leib externo, su “interno externo”, y sólo el "interno-interno" a base de esperar, contradecirse, o imitando a otros podría hacer de cárcava y contener el robo que se estaba produciendo en la sedimentación del Ego trascendental. Su órgano fenomenológico de la sensación debía de corregirse en el encuentro de la contingencia. Porque la ipseidad de la vida, no pertenece a nadie.-
El leib se hace mundo. Y sólo siendo anónimo se absorbe o se emite la vida.
La escena en cuestión nos mostraba al Prometeo engañador hablando a una masa informe desde la escalinata de uno de los niveles en los que se dividía la grada especular o teatro griego; su relato versaba sobre la capacidad del poeta trágico para crear los registros y conceptos donde actuaba el ser humano, donde sigue actuando en una vida de guerra y de victoria. Justificar este genio es lo que se proponía tal Prometeo. Yo en cambio aconsejaba a mi amigo que tal vida justificada en tal instinto no era digna de ser vivida, la elección del leib no tiene porqué estar implicada en el Ego tascendental; sí, los griegos ya tenían tal Ego trascendental antes de la filosofía; Nietzsche nos lo recuerda en “La lucha de homero” a través del libro de Hesíodo “los trabajos y los días”: ““dos diosas de la discordia hay en la tierra”. Es éste uno de los más notables pensamientos helénicos, digno de escribirse en el pórtico de la ética griega. “Una de estas diosas merece tantas alabanzas de los inteligentes como la otra censuras, pues cada una de ellas tiene una disposición de ánimo distinta. Una de ellas predica las disputas enconadas y la guerra, ¡la crueldad! Ningún mortal puede soportarla, y sólo se le tributa culto bajo el peso de la necesidad y por el decreto de los inmortales. Esta, como la más vieja, engendra la negra noche; pero la otra fue puesta por Zeus, que dirige los destinos del mundo, sobre las raíces de la tierra y entre los hombres, porque era mejor. También se encarga de impulsar al hombre desdichado al trabajo; y cuando uno ve que el otro posee la riqueza de que él carece, se apresura a sembrar y plantar y proveer su casa; el vecino rivaliza con el vecino, que se afana por el bienestar de su casa. Buena es esta Eris para los hombres. También el alfarero odia al alfarero y el carpintero al carpintero, el mendigo al mendigo y el cantor al cantor.””. Sin duda quien vive así le gustan los estimulantes de esta pedagogía popular extrema. No obstante de esta educación tan rígida los griegos querían desarrollar el individualismo y la fama para servir al Estado y buscar el bienestar de todos. Y concluye Nietzsche: “El hombre moderno, por el contrario, siente siempre ante sus pasos el infinito, como Aquiles el de los pies ligeros en el ejemplo de Zenón el Eleata; el infinito le estorba, no puede alcanzar a la tortuga.”
De esto se trata entonces, si en el autoaparecer que proponía a mi amigo manejamos o contenemos de alguna manera al infinito del Ego trascendental, en el experimento de la reflexión sobre sí que llevamos a cabo en nuestra experiencia estética sobre nuestra afectividad o sentimiento que, no tiene porqué conllevar un sufrimiento, sino que se trata de comprender cómo el leib se hace mundo en su simulacro.
Cuando el Prometeo seguía justificando a ese genio, vió a sus conciudadanos actuar de forma inusual; aparecían por las calles los días de fiesta popular, no para comprender el leib, sino desvaneciéndose y delirando, ebrios y desesperados, tal como yo me había encontrado a mi amigo, porque ya no eran capaces de robar o porque creían aún con más firmeza en su robo; otros replicantes daban golpes a las piedras intentando sacar agua de ellas como si fueran muelas de molinos o asperones, o miraban fijamente las cárcavas implorando agua. Aparecían subidos en los tejados porque decían allí se habían refugiado los leibs o miraban a las ventanas porque creían que estos estaban dentro. O se vanagloriaban de ser los hombres de una especie moral perfecta que iba a conquistar mundo; todos esos acontecimientos formaban ya parte de la “justicia temporal”.
Entonces el que se hacía pasar por héroe cesó de hablar; subió de nivel en el recinto, para salvar el Ego trascendental, cogió otro libro que justificaba a lo invisible y empezó a hablar del espectador y cómo éste, con su leib, interno-interno, llevaba a cabo su obra. Decía que operaba no por sus propios designios; esto ya lo sabía mi amigo después de lo ocurrido; sino por los de la comunidad filosófica que le sujetaba, comunidad que a su vez no era sujetada por nadie; y dijo: “el mundo es un vaivén, la vida es una balanza, la suerte viaja en un tren, y el que la sigue se cansa”. Cuando el héroe cambió de libro apareció al instante un volatinero que decía, rompiendo el discurso, que su leib interno vivía junto a él y hacía todo lo fisiológicamente aceptable y cuerdo; pero la pega es que sólo él mismo podía verlo y a ojos de los demás era invisible, unos lo aceptaban como bondadoso y otros en cambio les parecía que aquella convivencia era perjudicial para el espectador; ya que el héroe defendía al espectador, éste, junto a la “sociedad total”, decían que estaban siendo agredidos por la locura del volatinero, pues habían dejado de ver en un mundo al que se sentían trasportados por el Ego trascendental, en donde sólo existía la necesidad. Y la obra que el espectador iba ganando en las fiestas populares, quedaba así rota por la aparición del volatinero. No obstante éste bien decía que su leib, aunque invisible, no era de nadie y era de todos; les estaba ofreciendo un nuevo Ego trascendental como un yo-mundo, una reducción radical de lo anónimo del Ego trascendental, una unidad de sentido que les sacaría de la “sociedad total”. Y les dejaba un problema: el que alguien debería de hacer aparecer un leib invisible. Sacar la sedimentación leib, una estructura maciza. Entonces alguien del público gritó: ¡el leib existe! Era un vagabundo para el que a veces era incluso visible; era como sacar agua golpeando la piedra; el Prometeo interrumpió de nuevo su razonamiento; y la “sociedad total” recuperó la ilusión del robo, su polo unitario, y de nuevo el Ego trascendental salía a escena. El Prometeo engañador volvió a subir de nivel, esta vez no en altura, puesto que su discurso se dirigía a un auditorio con gradas, plegado en círculo, de tal forma que unos lo veían más arriba y otros por debajo de sí: ¿Cómo presentar “lo visible” ante el espectador para que éste no se vea o se sienta agredido? Presentándolo de modo “invisible”, decía; ¿quién está más loco, el vagabundo que golpea las piedras o el volatinero que “nos presenta” vivamente a “lo invisible”? Entonces el volatinero se presentó al Prometeo que explicaba el leib y le contó cómo vivía; éste le dijo que mientras lo que presente no se haga visible, él no sería culpable si no lo consumaba; pero el vagabundo acusó al volatinero de mentir, que no había nada invisible que se pudiera presentar siquiera de forma insinuada y que sólo existía el leib pero visible; en ese momento y mientras el volatinero “presentaba” lo invisible, “lo invisible” desapareció; ni el vagabundo lo veía, ni el volatinero lo podía presentar, ni la “sociedad total” podía robarlo.
De esto se trata entonces, si en el autoaparecer que proponía a mi amigo manejamos o contenemos de alguna manera al infinito del Ego trascendental, en el experimento de la reflexión sobre sí que llevamos a cabo en nuestra experiencia estética sobre nuestra afectividad o sentimiento que, no tiene porqué conllevar un sufrimiento, sino que se trata de comprender cómo el leib se hace mundo en su simulacro.
Cuando el Prometeo seguía justificando a ese genio, vió a sus conciudadanos actuar de forma inusual; aparecían por las calles los días de fiesta popular, no para comprender el leib, sino desvaneciéndose y delirando, ebrios y desesperados, tal como yo me había encontrado a mi amigo, porque ya no eran capaces de robar o porque creían aún con más firmeza en su robo; otros replicantes daban golpes a las piedras intentando sacar agua de ellas como si fueran muelas de molinos o asperones, o miraban fijamente las cárcavas implorando agua. Aparecían subidos en los tejados porque decían allí se habían refugiado los leibs o miraban a las ventanas porque creían que estos estaban dentro. O se vanagloriaban de ser los hombres de una especie moral perfecta que iba a conquistar mundo; todos esos acontecimientos formaban ya parte de la “justicia temporal”.
Entonces el que se hacía pasar por héroe cesó de hablar; subió de nivel en el recinto, para salvar el Ego trascendental, cogió otro libro que justificaba a lo invisible y empezó a hablar del espectador y cómo éste, con su leib, interno-interno, llevaba a cabo su obra. Decía que operaba no por sus propios designios; esto ya lo sabía mi amigo después de lo ocurrido; sino por los de la comunidad filosófica que le sujetaba, comunidad que a su vez no era sujetada por nadie; y dijo: “el mundo es un vaivén, la vida es una balanza, la suerte viaja en un tren, y el que la sigue se cansa”. Cuando el héroe cambió de libro apareció al instante un volatinero que decía, rompiendo el discurso, que su leib interno vivía junto a él y hacía todo lo fisiológicamente aceptable y cuerdo; pero la pega es que sólo él mismo podía verlo y a ojos de los demás era invisible, unos lo aceptaban como bondadoso y otros en cambio les parecía que aquella convivencia era perjudicial para el espectador; ya que el héroe defendía al espectador, éste, junto a la “sociedad total”, decían que estaban siendo agredidos por la locura del volatinero, pues habían dejado de ver en un mundo al que se sentían trasportados por el Ego trascendental, en donde sólo existía la necesidad. Y la obra que el espectador iba ganando en las fiestas populares, quedaba así rota por la aparición del volatinero. No obstante éste bien decía que su leib, aunque invisible, no era de nadie y era de todos; les estaba ofreciendo un nuevo Ego trascendental como un yo-mundo, una reducción radical de lo anónimo del Ego trascendental, una unidad de sentido que les sacaría de la “sociedad total”. Y les dejaba un problema: el que alguien debería de hacer aparecer un leib invisible. Sacar la sedimentación leib, una estructura maciza. Entonces alguien del público gritó: ¡el leib existe! Era un vagabundo para el que a veces era incluso visible; era como sacar agua golpeando la piedra; el Prometeo interrumpió de nuevo su razonamiento; y la “sociedad total” recuperó la ilusión del robo, su polo unitario, y de nuevo el Ego trascendental salía a escena. El Prometeo engañador volvió a subir de nivel, esta vez no en altura, puesto que su discurso se dirigía a un auditorio con gradas, plegado en círculo, de tal forma que unos lo veían más arriba y otros por debajo de sí: ¿Cómo presentar “lo visible” ante el espectador para que éste no se vea o se sienta agredido? Presentándolo de modo “invisible”, decía; ¿quién está más loco, el vagabundo que golpea las piedras o el volatinero que “nos presenta” vivamente a “lo invisible”? Entonces el volatinero se presentó al Prometeo que explicaba el leib y le contó cómo vivía; éste le dijo que mientras lo que presente no se haga visible, él no sería culpable si no lo consumaba; pero el vagabundo acusó al volatinero de mentir, que no había nada invisible que se pudiera presentar siquiera de forma insinuada y que sólo existía el leib pero visible; en ese momento y mientras el volatinero “presentaba” lo invisible, “lo invisible” desapareció; ni el vagabundo lo veía, ni el volatinero lo podía presentar, ni la “sociedad total” podía robarlo.
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