Mientras algunos reductos con pretensiones de afectación están hoy día haciendo mella en la curiosidad filosófica de los iniciados, la fenomenología está en alza de paliación; las metáforas de los colores, o de las posiciones espaciales clásicas, o de la naturaleza o las religiones (negro y blanco, rojo azul, tragedia abstracta y tragedia ridícula, la nazi, la griega, lo bipolar, la esquizofrenia barata, la parálisis permanente del trabajo, los comentarios jocosos, la provocación como arma absolutista, la niebla y el día claro, las semejanzas descontextualizadas, la reconciliación sacerdotal con el mendigo, el rechazo de inmediatez, o de la risa y el buen humor Nietzscheanos, el desprestigio debido a la enfermedad virtual), todas manipuladas por los grandes terratenientes de la filosofía, y a falta de una gran moral para nuestra época (tarea que nos dejó Nietzsche pendiente), muchos todavía siguen aferrados a tarea política del fundamento de la cosecha robada; e intentan alejar a las masas del mismo conocimiento que a ellos les resulta provechoso; sin saber u obviando que la cantidad de materia que contiene un cuerpo no es nada si no se mezcla; aún así muchos nos dicen que podríamos reflexionar juntos, como si esto no hubiera sido históricamente un problema; obviando también que las modificaciones de lo humano en la historia pertenecen a los “terratenientes”; ya lo decía Hesíodo, que antes no había nada y después se formó la tierra de ancho pecho; no había nada, ni modificaciones, ni conocimiento ni intencionalidad o presuposiciones; no hay condiciones de posibilidad de formación; y Nietzsche no dejó de recuperarnos el “sentido de la tierra”;sólo hay consecuencias claro. No hay condiciones, ni nuevas ni viejas; la génesis no “furrula”. El concepto de lo humano aún no ha sido “representado”, sólo sus semejanzas; no se ha presentificado ni se quiere, sólo las continuas y aburridísimas representaciones clásicas de aquellas metáforas que aligeran y toman por el atajo cosas que conllevan más de un trago; simplificando la naturaleza, unificando cosas diversas (¿el árbol tiene hojas o tiene una hoja?); causas imaginarias todas; que no tiene nada que ver con el yo-cuerpo interno, eternamente escondido pero representado o simulado, calmado. Pero una vez superada esta “psicología del error” la fenomenología la sustituye por la “intencionalidad operante”, es decir, algo así como un substituto de la oración pero com-partida, convirtiendo el “sentido de la tierra” que debe buscar el hombre en “deseo contemplativo” de interiorizarnos mutuamente en una “presentificación orgiástica” de nuestra diferencia; ya que no podemos ser ególatras (está mal visto), lo seremos en otros, nos veremos en los otros, en un delirio empático inscribible. La trampa y el matiz esta vez es que “nada es tan pasivo que no se extrañe”. Con lo que la H(h)historia no tiene carácter absoluto, como no hay génesis del sentido sin un yo-cuerpo que, no “participa” de comunión virtual alguna con sus hermanos invisibles o carnales, pues todo esto es sólo manipulación de aquellas metáforas. Los héroes tienen en sus manos la prosperidad o el fracaso en la eventual dis-gregación. Mientras algunos fenomenólogos se agregan a una oscura simulación justificativa del ser de Heidegger que, en realidad es una melancolía del tiempo cuando los agentes que afilaban los extremos del sus símbolos aniquilaban lo que ellos no se atrevían a explicitar. Es esa “intencionalidad operante”, la comunidad que se eleva en el espacio sin la intervención, dicen, de agentes físicos o egos, la que va a venir a sustituir a las fuerzas latentes que tienen miedo de actuar expresamente en el logos del mundo estético porque lo único que saben atar son lazos para otros, por eso son unos desatados. El leib interno está en peligro entonces de muerte; y si decimos leib interno entonces decimos (yo)-cuerpo interno-(interno); y que no pertenece a la estructura estesiológica del cuerpo humano; con lo cual los otros no pueden presentarse ante nosotros si no es por emisión de su “propio” (yo)-cuerpo interno-(interno); pero no “saben” a quién se deben de “presentar”; no se les ha dado esa orden; y esto por muy acogedores que se nos presenten eso sí los leibs; lo que mueve es el leib-interno, no el leib simplemente que, responde a aprehensiones, por eso creen que la tierra no se mueve y que los leibs pueden inter-acogerse. Pero el “sentido de la tierra” se mueve, por eso es inaprensible; lo que aprehendemos, como mucho, es la conciencia; falta el instinto, y la resonancia propia de este no se puede transmitir o transponer; eso es lo que hace a cada ser humano insustituible y original u originario. Y resulta que ahora, no hacen como decía Nietzsche en El nacimiento de tragedia, invertir el instinto y la conciencia, ésta creativa y el otro crítico; sino que han dado un paso más que Platón; han parado el instinto, ya ni siquiera es crítico, lo quieren parar, y la conciencia la reducen a mecanicismo para vivir, impresiones imprimidas de forma predeterminada para no caer en la esquizofrenia. Y esto creen que es un encuentro, cuando en realidad es un re-encuentro, pues las reminiscencias, si se producen, están fundamentadas en un mundo eterno. Pero lo importante es que en una “transposición” o “transvaloración” no hay una asunción de mi historia, ni de la Historia, sino planteamiento en el vacío de la superficie no profunda, de “valores” estéticos del yo-cuerpo interno, corporeidad de cuerpo interno, del interno-interno, como un organismo que simplifica en yo-cuerpo interno; y esto no es un producto consciente, individual o colectivo; siguiendo el mito de Prometeo si no existe lo individual, no existe lo colectivo. Si hacemos caso a Engels, el fuego hizo al hombre, ese robo le configura irremediablemente, por mucho que lo manejemos para cambiar los hábitus; pero la crítica a Engels es que no existen las primeras técnicas para que el hombre las robe, sino que el robo lo provoca la propia naturaleza para encontrar sus fines y agarrar al hombre; la naturaleza ”sabe” lo que hace, por el hombre, no por el dios ni la comunidad; pero ese robo está motivado primero, por un imperativo kantiano, con valor estético, que ya tenía Prometeo, y que le provenía de un “fundamento mitológico”, el de la “salvación” del hombre, para que éste dejara de estar tutelado por los dioses, y segundo por su propio interés, el de cualquier héroe; con este interés adquiere por vez primera la “virtud” (¿la moral? que “hace regalos”; pues bien, de la primera motivación aún no hemos sido capaces de desenredarnos, es ese fundamento tan familiar al que volvemos, y que puede estar en la conciencia por supuesto, pero que “obliga” siempre, o que hace que unos obliguen a otros a auto-obligarse en pos de los demás, presentándose ante ellos, para que la sociedad aprenda la sabiduría sobre la vida, creía Platón, en su totalidad; esto parece una maniobra política de los dioses, si pensamos además que Platón dice que la sabiduría política, esa, se quedó en manos de los dioses de forma inmutable y necesaria (herencia homérica). Este es el antiguo fundamento del orden moral objetivo y universal, en el que me parece, admito, vivimos, y que la crítica no ha salvado sino renovando tal tradición, metamorfoseando de forma anamórfica el robo de Prometeo. Descartes estudia las motivaciones subjetivas del robo cuando esas motivaciones surgen de la aporía, no psicológica, ante la que Prometeo se presenta. Prometeo se encuentra ya formando parte de un proyecto, pero tal “proyecto” es el de la propia naturaleza, y por eso capta perfectamente ese imperativo de autoridad; su hazaña es el robo, y lo que desconocemos es, porqué llega el héroe a la aporía. No por moral positiva que, viene después sino que es ética, el “ethos” propio que mueve a Prometeo, y que no es ideal, sino más instintivo, pura supervivencia y que no implica compromiso, pues la “cultura” y la “moral” que funde es un “regalo sin reflexión”; la reflexión por naturaleza llegó a su más alto nivel cientifista en la forma clásica de Aristóteles, tanto, que en la Física considera que una reflexión sobre sí puede ser meramente accidental[1]; uno que se cura a sí mismo, dice, si es eso posible, es precisamente por accidente reflexivo, se refleja a sí mismo y se cura; es el problema de lo accidental, en la Física, que es por naturaleza, pero no naturaleza; el principio de la reflexión sería un principio que el sujeto tiene en sí mismo: causa para sí mismo, pero no por sí mismo, pues la raíz está en la naturaleza. En el ejemplo del médico Aristóteles ha definido implícitamente la reflexión como reflejo por naturaleza; una cosa natural, que no es naturaleza, pues no tiene sustancia; la reflexión ahí es el engaño de la propia naturaleza para conseguir sus fines, así, tiene sus propios movimientos, su principio de movimiento y reposo, y una tendencia natural al cambio, pero no por sí misma; es algo inconsciente en cuanto que es por naturaleza; pero es consciencia en cuanto que es causa para sí misma;las diversas morales que se funden después, dependen tan sólo de un consenso.
Una vez hecho aquel planteamiento en el vacío emerge el pensamiento consciente, como inconsciente fenomenológico, a través del lenguaje, del fuego, el leib (interno) externo. El instinto del “sentido de la tierra”, no orientado por nada o algo, es el responsable de lo originario del lenguaje. En la Introducción al curso de gramática latina de Nietzsche, en sus escritos póstumos, llega a esta conclusión en la genealogía que hace ahí del lenguaje. Ahí también se entiende el instinto como la operación más propia del individuo o de una masa que surge del carácter visible, y habría que añadir que tal carácter no es único en su entorno. Lo invisible aquí, que son los dioses, ya ha desaparecido, y no tiene nada que ver con el planteamiento en el vacío que hace Prometeo. Ni siquiera se puede decir que están fuera del lenguaje. Ni tampoco pueden ser unos “testigos pasivos” que ven aflorar en sus “estancias” a la propia naturaleza del lenguaje; no hay tales “estancias” que den un “sentido” a lo que está por advenir; no son nisiquiera sombras y Prometo que, al parecer era un sofista, hoy está más encadenado que nunca si alguien siguiera pensando tal cosa. Ese planteamiento en el vacío que hace Prometeo es ya el primer intento de “aparición” del “mundo”; pero no se pasa de algo invisible, las leyes, a algo visible, como creía subrepticiamente Engels. Estamos en un vacío visible sin armadura apartado por el instinto. Sin hábitus o restos humanos. Y ahí el “sentido” aflora sin orientación. Si alguien quisiera poner un chip a ese vacío no habría órdenes que cumplir.
Este es el “humanismo” de Prometeo que, se dejó engañar por los dioses; Zeus creyó que lo tenía encadenado, pero su “regalo sin reflexión” nos muestra su libertad, la suya propia, su hazaña, no la de otros; estos, más vale que sigan, que sigamos, los consejos de Hesíodo al duro trabajo del campesino: “Telas de araña quitarás de las vasijas, te alegrarás cogiendo el fruto almacenado, durante todo el año, no tendrás que mirar las vasijas ajenas. Ellos las tuyas”.[i]
[1] Física 192 b21-33.
[i] “Poesía y filosofía en la Grecia Arcaica”, Hermann Fränkel, ed. Visor, trad. Ricardo Sánchez Ortiz.-
Una vez hecho aquel planteamiento en el vacío emerge el pensamiento consciente, como inconsciente fenomenológico, a través del lenguaje, del fuego, el leib (interno) externo. El instinto del “sentido de la tierra”, no orientado por nada o algo, es el responsable de lo originario del lenguaje. En la Introducción al curso de gramática latina de Nietzsche, en sus escritos póstumos, llega a esta conclusión en la genealogía que hace ahí del lenguaje. Ahí también se entiende el instinto como la operación más propia del individuo o de una masa que surge del carácter visible, y habría que añadir que tal carácter no es único en su entorno. Lo invisible aquí, que son los dioses, ya ha desaparecido, y no tiene nada que ver con el planteamiento en el vacío que hace Prometeo. Ni siquiera se puede decir que están fuera del lenguaje. Ni tampoco pueden ser unos “testigos pasivos” que ven aflorar en sus “estancias” a la propia naturaleza del lenguaje; no hay tales “estancias” que den un “sentido” a lo que está por advenir; no son nisiquiera sombras y Prometo que, al parecer era un sofista, hoy está más encadenado que nunca si alguien siguiera pensando tal cosa. Ese planteamiento en el vacío que hace Prometeo es ya el primer intento de “aparición” del “mundo”; pero no se pasa de algo invisible, las leyes, a algo visible, como creía subrepticiamente Engels. Estamos en un vacío visible sin armadura apartado por el instinto. Sin hábitus o restos humanos. Y ahí el “sentido” aflora sin orientación. Si alguien quisiera poner un chip a ese vacío no habría órdenes que cumplir.
Este es el “humanismo” de Prometeo que, se dejó engañar por los dioses; Zeus creyó que lo tenía encadenado, pero su “regalo sin reflexión” nos muestra su libertad, la suya propia, su hazaña, no la de otros; estos, más vale que sigan, que sigamos, los consejos de Hesíodo al duro trabajo del campesino: “Telas de araña quitarás de las vasijas, te alegrarás cogiendo el fruto almacenado, durante todo el año, no tendrás que mirar las vasijas ajenas. Ellos las tuyas”.[i]
[1] Física 192 b21-33.
[i] “Poesía y filosofía en la Grecia Arcaica”, Hermann Fränkel, ed. Visor, trad. Ricardo Sánchez Ortiz.-
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