martes, junio 16, 2009

el fuego humano

Mientras algunos reductos con pretensiones de afectación están hoy día haciendo mella en la curiosidad filosófica de los iniciados, la fenomenología está en alza de paliación; las metáforas de los colores, o de las posiciones espaciales clásicas, o de la naturaleza o las religiones (negro y blanco, rojo azul, tragedia abstracta y tragedia ridícula, la nazi, la griega, lo bipolar, la esquizofrenia barata, la parálisis permanente del trabajo, los comentarios jocosos, la provocación como arma absolutista, la niebla y el día claro, las semejanzas descontextualizadas, la reconciliación sacerdotal con el mendigo, el rechazo de inmediatez, o de la risa y el buen humor Nietzscheanos, el desprestigio debido a la enfermedad virtual), todas manipuladas por los grandes terratenientes de la filosofía, y a falta de una gran moral para nuestra época (tarea que nos dejó Nietzsche pendiente), muchos todavía siguen aferrados a tarea política del fundamento de la cosecha robada; e intentan alejar a las masas del mismo conocimiento que a ellos les resulta provechoso; sin saber u obviando que la cantidad de materia que contiene un cuerpo no es nada si no se mezcla; aún así muchos nos dicen que podríamos reflexionar juntos, como si esto no hubiera sido históricamente un problema; obviando también que las modificaciones de lo humano en la historia pertenecen a los “terratenientes”; ya lo decía Hesíodo, que antes no había nada y después se formó la tierra de ancho pecho; no había nada, ni modificaciones, ni conocimiento ni intencionalidad o presuposiciones; no hay condiciones de posibilidad de formación; y Nietzsche no dejó de recuperarnos el “sentido de la tierra”;sólo hay consecuencias claro. No hay condiciones, ni nuevas ni viejas; la génesis no “furrula”. El concepto de lo humano aún no ha sido “representado”, sólo sus semejanzas; no se ha presentificado ni se quiere, sólo las continuas y aburridísimas representaciones clásicas de aquellas metáforas que aligeran y toman por el atajo cosas que conllevan más de un trago; simplificando la naturaleza, unificando cosas diversas (¿el árbol tiene hojas o tiene una hoja?); causas imaginarias todas; que no tiene nada que ver con el yo-cuerpo interno, eternamente escondido pero representado o simulado, calmado. Pero una vez superada esta “psicología del error” la fenomenología la sustituye por la “intencionalidad operante”, es decir, algo así como un substituto de la oración pero com-partida, convirtiendo el “sentido de la tierra” que debe buscar el hombre en “deseo contemplativo” de interiorizarnos mutuamente en una “presentificación orgiástica” de nuestra diferencia; ya que no podemos ser ególatras (está mal visto), lo seremos en otros, nos veremos en los otros, en un delirio empático inscribible. La trampa y el matiz esta vez es que “nada es tan pasivo que no se extrañe”. Con lo que la H(h)historia no tiene carácter absoluto, como no hay génesis del sentido sin un yo-cuerpo que, no “participa” de comunión virtual alguna con sus hermanos invisibles o carnales, pues todo esto es sólo manipulación de aquellas metáforas. Los héroes tienen en sus manos la prosperidad o el fracaso en la eventual dis-gregación. Mientras algunos fenomenólogos se agregan a una oscura simulación justificativa del ser de Heidegger que, en realidad es una melancolía del tiempo cuando los agentes que afilaban los extremos del sus símbolos aniquilaban lo que ellos no se atrevían a explicitar. Es esa “intencionalidad operante”, la comunidad que se eleva en el espacio sin la intervención, dicen, de agentes físicos o egos, la que va a venir a sustituir a las fuerzas latentes que tienen miedo de actuar expresamente en el logos del mundo estético porque lo único que saben atar son lazos para otros, por eso son unos desatados. El leib interno está en peligro entonces de muerte; y si decimos leib interno entonces decimos (yo)-cuerpo interno-(interno); y que no pertenece a la estructura estesiológica del cuerpo humano; con lo cual los otros no pueden presentarse ante nosotros si no es por emisión de su “propio” (yo)-cuerpo interno-(interno); pero no “saben” a quién se deben de “presentar”; no se les ha dado esa orden; y esto por muy acogedores que se nos presenten eso sí los leibs; lo que mueve es el leib-interno, no el leib simplemente que, responde a aprehensiones, por eso creen que la tierra no se mueve y que los leibs pueden inter-acogerse. Pero el “sentido de la tierra” se mueve, por eso es inaprensible; lo que aprehendemos, como mucho, es la conciencia; falta el instinto, y la resonancia propia de este no se puede transmitir o transponer; eso es lo que hace a cada ser humano insustituible y original u originario. Y resulta que ahora, no hacen como decía Nietzsche en El nacimiento de tragedia, invertir el instinto y la conciencia, ésta creativa y el otro crítico; sino que han dado un paso más que Platón; han parado el instinto, ya ni siquiera es crítico, lo quieren parar, y la conciencia la reducen a mecanicismo para vivir, impresiones imprimidas de forma predeterminada para no caer en la esquizofrenia. Y esto creen que es un encuentro, cuando en realidad es un re-encuentro, pues las reminiscencias, si se producen, están fundamentadas en un mundo eterno. Pero lo importante es que en una “transposición” o “transvaloración” no hay una asunción de mi historia, ni de la Historia, sino planteamiento en el vacío de la superficie no profunda, de “valores” estéticos del yo-cuerpo interno, corporeidad de cuerpo interno, del interno-interno, como un organismo que simplifica en yo-cuerpo interno; y esto no es un producto consciente, individual o colectivo; siguiendo el mito de Prometeo si no existe lo individual, no existe lo colectivo. Si hacemos caso a Engels, el fuego hizo al hombre, ese robo le configura irremediablemente, por mucho que lo manejemos para cambiar los hábitus; pero la crítica a Engels es que no existen las primeras técnicas para que el hombre las robe, sino que el robo lo provoca la propia naturaleza para encontrar sus fines y agarrar al hombre; la naturaleza ”sabe” lo que hace, por el hombre, no por el dios ni la comunidad; pero ese robo está motivado primero, por un imperativo kantiano, con valor estético, que ya tenía Prometeo, y que le provenía de un “fundamento mitológico”, el de la “salvación” del hombre, para que éste dejara de estar tutelado por los dioses, y segundo por su propio interés, el de cualquier héroe; con este interés adquiere por vez primera la “virtud” (¿la moral? que “hace regalos”; pues bien, de la primera motivación aún no hemos sido capaces de desenredarnos, es ese fundamento tan familiar al que volvemos, y que puede estar en la conciencia por supuesto, pero que “obliga” siempre, o que hace que unos obliguen a otros a auto-obligarse en pos de los demás, presentándose ante ellos, para que la sociedad aprenda la sabiduría sobre la vida, creía Platón, en su totalidad; esto parece una maniobra política de los dioses, si pensamos además que Platón dice que la sabiduría política, esa, se quedó en manos de los dioses de forma inmutable y necesaria (herencia homérica). Este es el antiguo fundamento del orden moral objetivo y universal, en el que me parece, admito, vivimos, y que la crítica no ha salvado sino renovando tal tradición, metamorfoseando de forma anamórfica el robo de Prometeo. Descartes estudia las motivaciones subjetivas del robo cuando esas motivaciones surgen de la aporía, no psicológica, ante la que Prometeo se presenta. Prometeo se encuentra ya formando parte de un proyecto, pero tal “proyecto” es el de la propia naturaleza, y por eso capta perfectamente ese imperativo de autoridad; su hazaña es el robo, y lo que desconocemos es, porqué llega el héroe a la aporía. No por moral positiva que, viene después sino que es ética, el “ethos” propio que mueve a Prometeo, y que no es ideal, sino más instintivo, pura supervivencia y que no implica compromiso, pues la “cultura” y la “moral” que funde es un “regalo sin reflexión”; la reflexión por naturaleza llegó a su más alto nivel cientifista en la forma clásica de Aristóteles, tanto, que en la Física considera que una reflexión sobre sí puede ser meramente accidental[1]; uno que se cura a sí mismo, dice, si es eso posible, es precisamente por accidente reflexivo, se refleja a sí mismo y se cura; es el problema de lo accidental, en la Física, que es por naturaleza, pero no naturaleza; el principio de la reflexión sería un principio que el sujeto tiene en sí mismo: causa para sí mismo, pero no por sí mismo, pues la raíz está en la naturaleza. En el ejemplo del médico Aristóteles ha definido implícitamente la reflexión como reflejo por naturaleza; una cosa natural, que no es naturaleza, pues no tiene sustancia; la reflexión ahí es el engaño de la propia naturaleza para conseguir sus fines, así, tiene sus propios movimientos, su principio de movimiento y reposo, y una tendencia natural al cambio, pero no por sí misma; es algo inconsciente en cuanto que es por naturaleza; pero es consciencia en cuanto que es causa para sí misma;las diversas morales que se funden después, dependen tan sólo de un consenso.
Una vez hecho aquel planteamiento en el vacío emerge el pensamiento consciente, como inconsciente fenomenológico, a través del lenguaje, del fuego, el leib (interno) externo. El instinto del “sentido de la tierra”, no orientado por nada o algo, es el responsable de lo originario del lenguaje. En la Introducción al curso de gramática latina de Nietzsche, en sus escritos póstumos, llega a esta conclusión en la genealogía que hace ahí del lenguaje. Ahí también se entiende el instinto como la operación más propia del individuo o de una masa que surge del carácter visible, y habría que añadir que tal carácter no es único en su entorno. Lo invisible aquí, que son los dioses, ya ha desaparecido, y no tiene nada que ver con el planteamiento en el vacío que hace Prometeo. Ni siquiera se puede decir que están fuera del lenguaje. Ni tampoco pueden ser unos “testigos pasivos” que ven aflorar en sus “estancias” a la propia naturaleza del lenguaje; no hay tales “estancias” que den un “sentido” a lo que está por advenir; no son nisiquiera sombras y Prometo que, al parecer era un sofista, hoy está más encadenado que nunca si alguien siguiera pensando tal cosa. Ese planteamiento en el vacío que hace Prometeo es ya el primer intento de “aparición” del “mundo”; pero no se pasa de algo invisible, las leyes, a algo visible, como creía subrepticiamente Engels. Estamos en un vacío visible sin armadura apartado por el instinto. Sin hábitus o restos humanos. Y ahí el “sentido” aflora sin orientación. Si alguien quisiera poner un chip a ese vacío no habría órdenes que cumplir.
Este es el “humanismo” de Prometeo que, se dejó engañar por los dioses; Zeus creyó que lo tenía encadenado, pero su “regalo sin reflexión” nos muestra su libertad, la suya propia, su hazaña, no la de otros; estos, más vale que sigan, que sigamos, los consejos de Hesíodo al duro trabajo del campesino: “Telas de araña quitarás de las vasijas, te alegrarás cogiendo el fruto almacenado, durante todo el año, no tendrás que mirar las vasijas ajenas. Ellos las tuyas”.
[i]
[1] Física 192 b21-33.
[i] “Poesía y filosofía en la Grecia Arcaica”, Hermann Fränkel, ed. Visor, trad. Ricardo Sánchez Ortiz.-

jueves, junio 04, 2009

Los relatos del “Ego trascendental”

Foto de : http://www.porquemegusta.zoomblog.comarchivo200603/

En cierta ocasión me topé con granuja, que le ocurría algo extraño; decía que siempre que se encontraba con otra persona, le abandonaba su leib, es decir lo que los alemanes llaman o llamaban cuerpo interno-interno, la corporeidad de cuerpo viviente, que tiene más que ver con el abdomen o las entrañas mismas que con el físico externo o la conciencia; resulta que esa corporeidad es algo que desde Platón se viene presuponiendo cuando por ejemplo hacemos o nos hacen la atracción amorosa a algo, cuando el poeta crea una obra, porque se identifica con las musas al hacerlo, se apodera de éstas para crear, no de forma supersticiosa, sino que él mismo se apodera de su corporeidad propia con la excusa de que son las musas (ver el Ión); o cuando verdaderamente nos ponemos en lugar de alguna persona, nos identificamos con ella; es decir que al hacer eso nos ponemos objetivamente fuera, ponemos nuestra leib interno como una vasija en la que cae el entorno del que nos vamos a apoderar, a alimentar; ese entorno no lo vamos a recuperar hasta que no seamos capaces de llevarlo a nuestra corporeidad de cuerpo viviente, dividida entre un interno, el que procesa y tritura, y otro externo, el que objetiva la acción, el que reexpone el entorno. Hay un alter ego en las cosas que está ahí para que el espectador lo acoja en su yo-cuerpo-interno y lo rememore para autovalidarse. Bien, esta operación que parece tan complicada es lo que hacemos todos cuando afrontamos lo viviente externo en la imaginación interna de nuestras quinestesias correlativas. Lo hace nuestro instinto porque si la conciencia se lo cuestionara, la esquizofrenia sería la crátera donde se mezclaría la realidad antes de servirla.
A este supuesto granuja no le
fusionaba la realidad con la corporeidad de cuerpo interno, el discurso de la realidad cotidiana no se le encarnaba; había dejado de ser un egoísta sublime que había dejado de escapar de la actividad de la conciencia, y la actividad originaria del instinto se había esfumado. Después de muchos sufrimientos, sinsabores y efectos para la vida diaria, llegó a la conclusión extraña de que le estaban robando su leib; bastaba con que alguien sonara a su alrededor para que su leib huyera de sí-mismo, para transponerse en el otro. Yo le dije que eso no podía ser, que era superstición vacía y elegible claro está, pero no algo material; entonces fui testigo de la transyección que su leib llevaba a cabo cuado pudimos encontrarnos con un Prometeo encadenado dispuesto a robarle su mismidad; y efectivamente como una estela crepuscular vi cómo mi prójimo se desvanecía, lo podía el cansancio, el malestar y finalmente la disolución permanente; entonces, según la lógica de la corporeidad de cuerpo viviente, yo mismo dudé si también estaba siendo robado; la “apariencia” que contemplé tiene su escena propia. Después de mucho discurrir a solas con la actividad de la conciencia (actividad esta que sólo puede llevarse a cabo en soledad) descubrí que lo que ahora estoy escribiendo ya estaba decidido; entonces fue cuando caí en la cuenta de que en esa ocasión esa persona se me estaba adelantando; a base de observarlo, olerlo, diagnosticarlo, pude descubrir su perfil; tenía instalado en su leib, una serie de secuencias grabadas en diferentes escenas cotidianas imprimidas según las diferentes identificaciones analogizantes a las que correspondían los diversos encuentros sociales; cada secuencia tenía su catalizador para la reactivación correspondiente que facilitaba el robo. Esto se había hecho de forma intencional por los seguidores del Ego trascendental; dispositivo que duplicaba cada núcleo de generación de ideas novedoso, y que era aprovechado para ser visto y robado. Como el mecanismo de innovación de ideas procede del leib, ese se realimenta interactuando con otros, de ahí el robo. Granuja no era la única víctima. Tal mecanismo no se hace presente más que en un futuro objetivado parcialmente de la voluntad de los egos particulares en un presente aún no presentificado para nuestro amigo; cuando ese presente llegue a nuestro amigo, éste cree haberlo vivido ya. El Ego trascendental jugaba entonces con ventaja porque él vivía y actuaba con su leib externo, su “interno externo”, y sólo el "interno-interno" a base de esperar, contradecirse, o imitando a otros podría hacer de cárcava y contener el robo que se estaba produciendo en la sedimentación del Ego trascendental. Su órgano fenomenológico de la sensación debía de corregirse en el encuentro de la contingencia. Porque la ipseidad de la vida, no pertenece a nadie.-


El
leib se hace mundo. Y sólo siendo anónimo se absorbe o se emite la vida.

La escena en cuestión nos mostraba al Prometeo engañador hablando a una masa informe desde la escalinata de uno de los niveles en los que se dividía la grada especular o teatro griego; su relato versaba sobre la capacidad del poeta trágico para crear los registros y conceptos donde actuaba el ser humano, donde sigue actuando en una vida de guerra y de victoria. Justificar este genio es lo que se proponía tal Prometeo. Yo en cambio aconsejaba a mi amigo que tal vida justificada en tal instinto no era digna de ser vivida, la elección del leib no tiene porqué estar implicada en el Ego tascendental; sí, los griegos ya tenían tal Ego trascendental antes de la filosofía; Nietzsche nos lo recuerda en “La lucha de homero” a través del libro de Hesíodo “los trabajos y los días”: ““dos diosas de la discordia hay en la tierra”. Es éste uno de los más notables pensamientos helénicos, digno de escribirse en el pórtico de la ética griega. “Una de estas diosas merece tantas alabanzas de los inteligentes como la otra censuras, pues cada una de ellas tiene una disposición de ánimo distinta. Una de ellas predica las disputas enconadas y la guerra, ¡la crueldad! Ningún mortal puede soportarla, y sólo se le tributa culto bajo el peso de la necesidad y por el decreto de los inmortales. Esta, como la más vieja, engendra la negra noche; pero la otra fue puesta por Zeus, que dirige los destinos del mundo, sobre las raíces de la tierra y entre los hombres, porque era mejor. También se encarga de impulsar al hombre desdichado al trabajo; y cuando uno ve que el otro posee la riqueza de que él carece, se apresura a sembrar y plantar y proveer su casa; el vecino rivaliza con el vecino, que se afana por el bienestar de su casa. Buena es esta Eris para los hombres. También el alfarero odia al alfarero y el carpintero al carpintero, el mendigo al mendigo y el cantor al cantor.””. Sin duda quien vive así le gustan los estimulantes de esta pedagogía popular extrema. No obstante de esta educación tan rígida los griegos querían desarrollar el individualismo y la fama para servir al Estado y buscar el bienestar de todos. Y concluye Nietzsche: “El hombre moderno, por el contrario, siente siempre ante sus pasos el infinito, como Aquiles el de los pies ligeros en el ejemplo de Zenón el Eleata; el infinito le estorba, no puede alcanzar a la tortuga.”
De esto se trata entonces, si en el autoaparecer que proponía a mi amigo manejamos o contenemos de alguna manera al
infinito del Ego trascendental, en el experimento de la reflexión sobre sí que llevamos a cabo en nuestra experiencia estética sobre nuestra afectividad o sentimiento que, no tiene porqué conllevar un sufrimiento, sino que se trata de comprender cómo el leib se hace mundo en su simulacro.
Cuando el
Prometeo seguía justificando a ese genio, vió a sus conciudadanos actuar de forma inusual; aparecían por las calles los días de fiesta popular, no para comprender el leib, sino desvaneciéndose y delirando, ebrios y desesperados, tal como yo me había encontrado a mi amigo, porque ya no eran capaces de robar o porque creían aún con más firmeza en su robo; otros replicantes daban golpes a las piedras intentando sacar agua de ellas como si fueran muelas de molinos o asperones, o miraban fijamente las cárcavas implorando agua. Aparecían subidos en los tejados porque decían allí se habían refugiado los leibs o miraban a las ventanas porque creían que estos estaban dentro. O se vanagloriaban de ser los hombres de una especie moral perfecta que iba a conquistar mundo; todos esos acontecimientos formaban ya parte de la “justicia temporal”.
Entonces el que se hacía pasar por héroe cesó de hablar; subió de nivel en el recinto, para salvar el Ego trascendental, cogió otro libro que justificaba a lo invisible y empezó a hablar del espectador y cómo éste, con su leib, interno-interno, llevaba a cabo su obra. Decía que operaba no por sus propios designios; esto ya lo sabía mi amigo después de lo ocurrido; sino por los de la comunidad filosófica que le sujetaba, comunidad que a su vez no era sujetada por nadie; y dijo: “el mundo es un vaivén, la vida es una balanza, la suerte viaja en un tren, y el que la sigue se cansa”. Cuando el héroe cambió de libro apareció al instante un volatinero que decía, rompiendo el discurso, que su leib interno vivía junto a él y hacía todo lo fisiológicamente aceptable y cuerdo; pero la pega es que sólo él mismo podía verlo y a ojos de los demás era invisible, unos lo aceptaban como bondadoso y otros en cambio les parecía que aquella convivencia era perjudicial para el espectador; ya que el héroe defendía al espectador, éste, junto a la “sociedad total”, decían que estaban siendo agredidos por la locura del volatinero, pues habían dejado de ver en un mundo al que se sentían trasportados por el Ego trascendental, en donde sólo existía la necesidad. Y la obra que el espectador iba ganando en las fiestas populares, quedaba así rota por la aparición del volatinero. No obstante éste bien decía que su leib, aunque invisible, no era de nadie y era de todos; les estaba ofreciendo un nuevo Ego trascendental como un yo-mundo, una reducción radical de lo anónimo del Ego trascendental, una unidad de sentido que les sacaría de la “sociedad total”. Y les dejaba un problema: el que alguien debería de hacer aparecer un leib invisible. Sacar la sedimentación leib, una estructura maciza. Entonces alguien del público gritó: ¡el leib existe! Era un vagabundo para el que a veces era incluso visible; era como sacar agua golpeando la piedra; el Prometeo interrumpió de nuevo su razonamiento; y la “sociedad total” recuperó la ilusión del robo, su polo unitario, y de nuevo el Ego trascendental salía a escena. El Prometeo engañador volvió a subir de nivel, esta vez no en altura, puesto que su discurso se dirigía a un auditorio con gradas, plegado en círculo, de tal forma que unos lo veían más arriba y otros por debajo de sí: ¿Cómo presentar “lo visible” ante el espectador para que éste no se vea o se sienta agredido? Presentándolo de modo “invisible”, decía; ¿quién está más loco, el vagabundo que golpea las piedras o el volatinero que “nos presenta” vivamente a “lo invisible”? Entonces el volatinero se presentó al Prometeo que explicaba el leib y le contó cómo vivía; éste le dijo que mientras lo que presente no se haga visible, él no sería culpable si no lo consumaba; pero el vagabundo acusó al volatinero de mentir, que no había nada invisible que se pudiera presentar siquiera de forma insinuada y que sólo existía el leib pero visible; en ese momento y mientras el volatinero “presentaba” lo invisible, “lo invisible” desapareció; ni el vagabundo lo veía, ni el volatinero lo podía presentar, ni la “sociedad total” podía robarlo.